La escasez de gasoil está paralizando al sector productivo del interior del país y muestra la improvisación de los gobiernos nacionales en materia de política energética desde hace décadas. Esta semana, el jefe de Gabinete de la Nación, Juan Manzur, anticipó que se iba a importar más combustible para garantizar su abastecimiento. Esta medida, además de llegar tarde, resulta equivocada.
En Argentina, se estima que el 30% del gasoil que se consume es importado, sumar más a ese porcentaje (llegaría hasta el 50%) significa mayor pérdida de dólares y evita impulsar a la industria local del biodiesel, que hoy tiene la capacidad de cubrir el 80% del gasoil extranjero, y además se compra en pesos.
El precio internacional del gasoil, como consecuencia directa de la guerra, aumentó más de un 50% en 2022, lo que acrecentó la brecha con los valores locales, el desfasaje entre el precio de venta y el de importación es cada vez mayor. Esos dólares que salen representan pérdida para el país, que compra a un alto precio y luego tiene vender a un monto menor en el mercado local.
Pero la decisión de importar es política y forma parte de un problema estructural que nuestro país arrastra desde hace años, y que hoy se ve acentuado por la brecha cambiaria, sumado a la falta de impulsos para el uso de los biocombustibles. En Vaca Muerta, por ejemplo, se produce cada vez más un crudo que luego se utiliza para la fabricación de productos livianos como la nafta pero que no sirve para el gasoil, que es pesado.
En este mismo sentido, en julio de 2021, en el Congreso Nacional se aprobó bajar a la mitad el corte del biodiesel. El autor de ese proyecto fue un diputado nacional santafesino, acompañado por la bancada oficialista, yendo a contramano de las políticas impulsadas por nuestra provincia durante los últimos años y afectando a un sector productivo muy importante, que debió bajar su producción.